Un buen compañero comentaba que para el tratamiento de niños/as y adolescentes, el profesional tiene que ser una mezcla entre psicólogo/a y educador/a. Esto implica tanto conocimiento y experiencia, como cercanía.
Tengo claro que no existen terapias, sino terapeutas y que cada un/a aporta quién es y pone su manera de ser y su experiencia forjada durante años por su historia personal.
En mi caso, con 8 años mi madre decidió que participara en un grupo scout. Esto me ayudó adquirir un gran amor hacia la naturaleza y a experimentar vivencias de unión, compañerismo, creatividad, superación, imaginación y aventura.
Cuando tuve la edad suficiente, quise ser monitor y poder dirigir actividades con niños/as y adolescentes como había aprendido. Además los temas asociativos también me interesaban mucho. Decidí estudiar Psicología, quizá buscando conocerme más a mí mismo.
Trabajé unos años como educador, que era lo que más deseaba y lo que más cómodo me hacía sentir. Me formé en Terapia Humanista Gestalt e inicié un proceso terapéutico personal de unos años. Fue entonces, cuando empecé mi bagaje como psicólogo, tanto en consulta de despacho, como en un programa de intervención más amplio.
Me considero un terapeuta mapa, es decir, necesito primero una estructura y conocer bien el terreno. Para ello intento establecer un vínculo, reunir la información y todas las piezas necesarias para componer este esquema y obtener una visión más panorámica de mis pacientes. Esto me ayuda a poder abordar después puntos concretos con ellos y ellas.
En mis terapias siempre pongo al servicio mi recorrido como monitor de tiempo libre, cómo niño de campamento, como coordinador, como educador, como orientador laboral, como paciente de terapia, como padre y por supuesto, como profesional de la psicología.