La educación es la base del cambio. Educar en la igualdad, en el respeto, en la paz, el cariño, la comunicación, el cuidado de la naturaleza y del entorno.
Lo que no podemos es intentar ponerle todo el peso a la escuela. Continuamente escucho «es que en el colegio les tendrían que enseñar a tener una mente más crítica, a expresar sus emociones, a tolerar su frustración…» Es necesario que lo aprendan y es necesario darle a la educación la importancia y el valor que tiene, para construir la personalidad de nuestros hijos/as y en definitiva, la sociedad. Pero debemos pensar si éste es un papel a cumplir por los centros académicos, que en estos momentos se encuentran adaptándose a las nuevas leyes, con una carga de alumnado enorme y con unas obligaciones curriculares muy específicas. Parece injusto pedirles más y habrá una parte que nos toca a los progenitores, que tiene que ver con el respeto, con las normas, con los límites y con los valores. Aún así, no completa la educación en la tolerancia, igualdad o solidaridad.
Cuando yo era pequeño mi madre asumió que no podía cumplir esta función y que tampoco podía con todo. Por eso, me apuntó a grupos convivenciales, en mi caso los scouts, donde aprendí a resolver conflictos, a superarme, valorar y cuidar el entorno, cooperar, trabajar en equipo y crear proyectos, marcándome objetivos claros y, en definitiva, a valerme por mí mismo siendo más autónomo. Me parece imprescindible complementar hoy día, con experiencias convivenciales, campamentos, excursiones y salidas a la naturaleza.
Hay cosas que los adultos no podemos enseñar y que nuestros hijos/as solo pueden aprender con sus iguales, como es el cariño de un/a amigo/a, el amor de pareja, la decepción, traición, la necesidad de compartir, la camaradería, etc.