Qué bien me siento cuando por fin consigo reunirme con las personas que valoro, quiero y admiro. Digan lo que digan no es lo mismo que sepa de tí porque te siga en tus redes sociales y que parezca que me mantengo al día o incluso nos escribamos mensajes. Nada es comparable al contacto real, presencial y físico.
En terapia escuché a un chico que decía que en su comienzo de vacaciones todos sus amigos habían quedado para hacer un torneo de fútbol, pero en la videoconsola, todos conectados. Me resisto a pensar que eso pueda ser más atrayente o más potente que hacerlo en vivo y en directo. Lo virtual versus lo real.
Resulta complicado a veces reunirse, cayendo en las frases tipo:» a ver si tomamos un café o nos vemos…» e inevitablemente pasa el tiempo.
Pero no solo se pierde la presencialidad, también la conversación telefónica, ahora hablamos por mensajes de texto o por audios que, en muchas ocasiones, se reciben, escuchan o responden pasado el tiempo. Hasta parece existir una corriente en la que llamar por teléfono a una persona que te importa, se puede entender como un acto agresivo o de mal gusto. Siempre se puede devolver una llamada más tarde, el intento de conversación directa me parece imprescindible.
En una era en la que aparentemente es fácil la conexión, escasea la vinculación y abunda el sentimiento de soledad.
Existiendo aplicaciones en las que puedes votar una encuesta con calendario el día que mejor te viene una quedada o evento y crear grupos de personas con las que mantener una coordinación conjunta, parece enrevesado conseguir plasmar un encuentro.
Puedo consultar tus fotos, leer lo que escribes, ver tus historias, estados…, pero a mí me sienta bien cuando compartimos tú a tú un rato juntos/as y vuelvo a casa sintiendo cómo estás. A mí eso llena y lo demás no.