Defenderé los campamentos siempre, no solo en verano, aunque es la época por excelencia.
Existe la necesidad de ajustar largas vacaciones escolares, mucho tiempo y ociosidad para los hijos/as y que implica que los progenitores tengamos que utilizar formatos de conciliación. No me parece tan adecuado el término campamentos urbanos, porque aprendí que la definición de campamento implica tiendas y aire libre. Quizá escuela de verano, no sé.
El caso es que me quedo con el campamento de toda la vida, esos 15 ó 20 días en mitad de un bosque, durmiendo en un saco, con otras 5, 6 ó 7 personas.
Los campamentos me enseñaron a convivir y compartir en grupo, consensuar, la amistad y respeto al prójimo, a resolver conflictos mediante la comunicación. Me inculcaron valores y principios como el sacrificio, la ayuda y el servicio a los demás y, sobre todo, un profundo amor a la naturaleza.
Aprendí a orientarme en la montaña, a construir mi propia parcela y macutero. También a cocinar, hacer fuego, talar con hacha, hacer nudos, preparar un proyecto desde los objetivos, hasta la finalización.
Me dieron autonomía, disciplina, libertad, ingenio con pocos recursos y madurez.
Sin duda añoro los campamentos y los promuevo con entusiasmo.