Hablando con mis pacientes más jóvenes en terapia, me encuentro con falsas creencias acerca de consumos de sustancias nocivas. Les explico que las drogas siendo legales o ilegales, no cambian el estado anímico, sino que son más bien amplificadores de sensaciones. Pongo ejemplos sobre todo del alcohol, por ser la sustancia más accesible, más consumida, normalizada y a la vez, de las más peligrosas.
Si nos encontramos en una celebración por un aniversario, porque ha ganado nuestro equipo o la fiesta de fin de año y estamos contentos/as y con ganas de divertirnos, es probable que en alcohol aumente la sensación de euforia. Se puede convertir en una vivencia positiva, si no nos excedemos en el consumo que nos haga estar mareados/as y revueltos/as.
Del mismo modo, si estamos tristes o frustrados/as por una ruptura de pareja, por un problema laboral o familiar, e intentamos hacer lo que por popularmente se denominaba «ahogar las penas en alcohol», podremos disipar por momentos la angustia, pero al final probablemente la sensación de malestar aumente, amplificándose y derivando en una mala experiencia.
Por tanto, hay que ser precavidos/as en el uso de sustancias y valorar muy bien en qué momento emocional nos encontramos. También el contexto, ya que no es lo mismo el consumo en un ambiente festivo, de ocio y social, que en horarios y estructura de obligaciones o en soledad. Sin obviar, que estamos hablando de sustancias perjudiciales para nuestra salud física, mental y familiar, explico a los jóvenes que no es lo mismo el fin de semana con amigos/as, que entre semana, en horario lectivo o en solitario. Lo que se busca parece muy diferente, en un caso sería pasarlo bien y en el otro, quizá aliviar lo mal que lo pasan.
«La droga es el peor psicólogo, nunca curó mi ahogo». Ignacio José Fornés Olmo, Nach.